miércoles, 21 de octubre de 2015

Prácticas BDSM

La comunidad internacional vinculada al BDSM viene poniendo especial énfasis en que las prácticas sean SSC, es decir Safe, Sane and Consensual (seguro, sensato y consensuado), término acuñado en 1983 por David Stein. Su ideólogo lo definió del siguiente modo: 

Las relaciones BDSM deben seguir un modo seguro, sensato y consensuado respecto a sus prácticas:


* seguras, en cuanto al conocimiento necesario sobre su desarrollo y sobre el material usado, así como sobre la prevención de riesgos.


* sensatas, en cuanto a la capacidad razonable de decisión por parte de los actores, no alterada por drogas o bebidas y acorde con la experiencia de cada participante, sabiendo diferenciar fantasía y realidad.


* consensuadas, en cuanto a que los participantes estén de acuerdo sobre la forma e intensidad con la que se realicen, e igualmente que dicho acuerdo pueda rescindirse en cualquier momento.

Desde los años noventa surge un nuevo concepto, el Rack, que reúne en torno a su definición un elevado número de activistas. Rack es el acrónimo de Risk Aware Consensual Kink, que se traduce en la comunidad hispano parlante como riesgo asumido y consensuado para prácticas de sexualidad alternativa (o no convencional): Racsa. 


El Racsa pone el acento en la responsabilidad propia de los participantes en una actividad BDSM, responsabilidad informada y consensuada para evaluar y asumir los riesgos. La mayor parte de los activistas de la escena adoptan actualmente la postura de señalar la definición SSC como adecuada para comunicarse con el mundo de la sexualidad convencional o vainilla,mientras que sostienen que el término Racsa define con mayor rigor y precisión las prácticas BDSM reales. 


A partir de 1992, el BDSM agrupa una amplia diversidad de prácticas, aficiones e identidades sexuales. Actualmente, el BDSM aglutina como subcultura a individuos heterosexuales, a homosexuales de ambos sexos y a bisexuales, a cristianos practicantes y militantes, a agnósticos y a personas relacionadas con otras religiones o misticismos. 

Lo curioso de estas prácticas es que están basadas en el respeto mutuo y posee un lenguaje propio y unos códigos de seguridad basados en palabras clave que aseguren el final de un encuentro sexual entre dominado y dominador cuando este no está siendo disfrutado por alguno de los dos. Para dejar claro el momento en que la protesta del dominado es real y para poder manifestar su deseo de no continuar, es preciso que el Dominante pueda percibir nítidamente este deseo y diferenciarlo de la escenificación del "¡no, no más!" que puede ser parte del juego sexual pactado. 


La Palabra de Seguridad suele ser una palabra de rápida dicción y sonora como (“stop”, “tango”), o suele ser significativa para quien la debe recordar (por ejemplo el nombre de una persona familiar), etc. También puede usarse una palabra totalmente antierótica que rompa con el juego, como “getafe” o “reloj”. La ética del BDSM entiende que en todo momento la parte dominante respetará dicha manifestación e interrumpirá la actividad.


Esta forma de consenso supone una negociación previa a la sesión, en la que se establece el cómo, el cuándo y el grado de las actividades a realizar, la palabra de seguridad a emplear, etc. Pero también puede adoptar la forma de acuerdo menos elaborado, cuando existe amplia confianza por ambas partes. En estas performances en torno a los juegos de sumisión y poder, se entiende que quien realmente tiene el poder siempre es el sumiso o la sumisa, porque son ell@s quien paran el juego y establecen el límite del sufrimiento o la humillación que desean experimentar.

Sin embargo, dentro de la comunidad BDSM, existen otras formas minoritarias de contemplar el empleo de la palabra de seguridad, especialmente para los practicantes del metaconsenso. Para ellos, la parte pasiva o sumisa cede voluntariamente y previo consenso, la completa responsabilidad sobre el desarrollo de la sesión a la parte activa o dominante. En esos casos es la parte activa la que decide si interrumpir o no la sesión, lo que presupone (además del previo consenso) un elevado grado de confianza y conocimiento entre ambas partes. Por último, los activistas de la Old Guard rechazan el uso de la palabra de seguridad, por entender que es un límite no deseado en la entrega.


El metaconsenso es una forma evolucionada de consenso, propia de algunas relaciones BDSM muy avanzadas en el mutuo conocimiento y donde se producen situaciones de profunda confianza entre la parte sumisa y su dominante, además de suponer una amplia experiencia por parte de esta última. Pese a ello, muchas de las personas incorporadas al BDSM tras el periodo de la Old Guard, opinan que el metaconsenso es una práctica que conlleva importantes riesgos y la consideran, por tanto, en los límites de la comunidad.

Algun@s lo practican sólo en el espacio del sexo y otros lo aplican a su vida cotidiana; algun@s se cortan en presencia de amigos y familiares, y otros no. Una esclava puede serlo el 100% del día, o sólo en la cama. Los amos y las amas celebran fiestas, reuniones, encuentros a los que acuden con sus esclav@s para compartir este modo de relacionarse e intercambiar experiencias. Muchas parejas firman contratos de propiedad y sumisión para establecer las bases de las obligaciones y los derechos de ambas partes.


Lo más increíble es que todo este mundo pertenece a la parte no visible de la sociedad; tu jefa o tu vecino del quinto pueden ser amos/esclavos y tú no darte ni cuenta. Pese a la variedad de prácticas BDSM, sus seguidores y seguidoras comparten una cierta estética y un elemento común: el consenso y la tolerancia adulta, bajo el lema: “Tu gusto no es el mío, pero me gusta que lo puedas practicar”. El colectivo BDSM se ha esforzado a lo largo de estas últimas décadas por proyectar una imagen más positiva y menos estereotipada de su estilo de vida, debido fundamentalmente a la imagen peyorativa que se tiene del movimiento sadomasoquista. Han tenido problemas con la legalidad según los Estados; actualmente se les considera raros o locos pero no peligrosos. 


La visibilización de la filosofía y la estética BDSM a través de la cultura mediática, la publicidad e Intenet han contribuido a mejorar la imagen de estas ideologías sexuales alternativas, y a expandir un movimiento gracias al anonimato de la Red, y la proliferación de foros, blogs, vídeos, etc La cantidad y calidad de los contenidos va aumentando exponencialmente porque detrás hay todo un aparato teórico que defiende la normalidad de estas prácticas basadas en el libre albedrío de la gente que las practica.

Las organizaciones BDSM, tanto heteros, homos como pansexuales, han desarrollado y desarrollan un amplio espectro de actividades: informativas, formativas, defensa legal, promoción de eventos, talleres, investigación, etc. Son especialmente activas y reputadas en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Suiza, Austria, y Escandinavia. En esos países, sus estructuras son profundamente democráticas –pese a la jerarquización de roles en sus prácticas privadas– y con una sobreentendida tolerancia interna y externa, derivada del concepto unificador del consenso. No ocurre lo mismo en el área hispanohablante, donde no suelen existir organizaciones inscritas y registradas como tales, una situación que se extiende también a las zonas latinas y mediterráneas, salvo excepciones. 


EL BDSM, como cultura de sexualidad alternativa, está ampliamente extendida pese a su invisibilización. En 1977 se publica el primer estudio realizado con técnicas empíricas modernas. Veinte años después, un informe realizado sobre universitarios americanos mostró que un 15% de los encuestados reconocían tener fantasías de tipo BDSM, porcentaje que llegaba al 21% en las estudiantes bisexuales y lésbicas (10).


En general, y dependiendo de la encuesta especifica, los datos ofrecen un porcentaje de entre el 8 y el 25% del total de la población euro-americana con un interés claro en las prácticas BDSM. Un estudio del Institut für rationale Psychologie realizado en 1999 llegó a la conclusión que entre un 65 y un 70% de las mujeres encuestadas deseaban ocasionalmente experimentar la sumisión sexual ante sus parejas, mientras que más de un 40% aceptaban relaciones claramente BDSM (Frankfurter Rundschau del 5 de noviembre de 2002). Una encuesta supranacional desarrollada en más de 40 países, cifró en un 20% de la población los que habían realizado prácticas de BDSM, desde suaves a severas. 

En España, las encuestas realizadas sobre el tema no ofrecen unos ratios fiables, dado el escaso universo sobre el que se realizaron. Aun así, los datos de BDSM: Teoría y Práctica, 1996, presentan similitudes con los datos obtenidos en otras encuestas europeas: un 23 % de los hombres y un 19 % de las mujeres encuestadas admitía haber realizado algún tipo de práctica BDSM, mientras que un 33 y un 45 %, respectivamente, tenían fantasías BDSM. En cuanto a los roles, un 32% de los varones y un 11% de las mujeres que practicaban BDSM y escogieron un rol en la encuesta, se consideraban preferentemente dominantes, mientras que respectivamente un 33 % y un 72 % reconocían tendencias fundamentalmente sumisas. Un 23 % y un 9 %, respectivamente, afirmaban sentirse switch.

Una referencia cultural que nos puede servir para entender este movimiento es la película de Almodóvar “Pepi, Luci, y Bom, y las chicas del montón”, en la que Luci, la mujer de un policía, desarrolla su deseo masoquista y se va a vivir con Bom, una cantante sado de punk. El policía viola a Pepi, que desea vengarse de él a toda costa porque lo que pretendía era hacer un gran negocio con su virginidad. Pepi logra que Luci se vaya con Bom, con la que establece una relación sadomasoquista. Es muy famosa la escena en que Bom mea en la boca de Luci nada más conocerla; a lo largo de toda la película Alaska en el papel de Bom somete a Luci a todo tipo de humillaciones psicológicas y físicas, pero Luci acaba abandonándola y regresando al lado de su marido cuando el policía la propina una brutal paliza que la llevará al Hospital. Gracias a esa paliza, Luci se siente plenamente satisfecha al lado de un hombre cruel y violento; Bom y Pepi no pueden salvarla de ese monstruo que no ejerce el sado desde la performance o el juego, sino desde su condición de hombre patriarcal. 


Con esta película, Almodóvar logra por un lado exponer las sexualidades transgresoras y el sadomasoquismo reprimido de las personas con un gran sentido del humor, y por otro lado denuncia la sexualidad hegemónica como una relación de dominación insana y violenta. Hoy en día, debido al avance del feminismo y a la concienciación ciudadana acerca del maltrato doméstico y la violencia de género, esta película no se encuadraría tampoco dentro de lo políticamente correcto, pues de algún modo supone una caricatura de la mujer que soporta los malos tratos de su hombre, y que además disfruta con ellos. Luci ha sido una mujer educada para ser sumisa, pero Almodóvar lo lleva al extremo: al final, Luci nos parece una mujer a la vez que patriarcal, enferma mental; pero en definitiva, es ella la que elige estar junto a un hombre violento. Pepi y Bom en cambio viven su sexualidad no patriarcal de una manera más lúdica y sana, y entienden el sadomasoquismo como un juego excitante y transgresor.